Es por esto que los pueblos que poseen sabiduría ancestral, mantienen una interconexión y dependencia recíproca de aquellos elementos de la naturaleza, que hacen posible la sustentabilidad del desarrollo, los saberes ancestrales hacen referencia al conocimiento singular, tradicional y local, que se encuentra existente dentro de las condiciones específicas donde habitan. (Castillo et al., 2016)
El conocimiento ancestral dentro del ámbito de la producción agropecuaria, resulta ser una alternativa para alcanzar un desarrollo sostenible integral desde y para las comunidades rurales (Altieri y Nicholls, 2010). Una mención que nos aporta (Berkes, 2000) es que existe una forma diferente de conocimiento, que no se basa en la ciencia, sino en aspectos fundamentales como el conocimiento tradicional, que se da mediante la acumulación de observaciones de quienes lo practican. Las dinámicas espaciales en comunidades de los Andes son un referente, además son un escenario importante para la planificación regional.
Los sistemas de agricultura tradicional han emergido a lo largo de los siglos, así como la evolución cultural y biológica, de manera que los campesinos o pequelos productores han desarrollado o heredado conocimientos de uso y manejo; adaptándolos a las condiciones locales que han permitido satisfacer sus necesidades vitales por siglos. (Abasolo, 2011).
En Ecuador se presentan técnicas agropecuarias tradicionales, que mantienen la sostenibilidad del hábitat y la seguridad alimentaria de sus habitantes ante la presencia de heladas, escasez de agua, pendientes pronunciadas y fragilidad de suelos que son característicos en algunos ecosistemas. Debido a sus restricciones naturales, es difícil usar el suelo para actividades agrícolas, ganaderas u otro uso de producción; sin embargo, en las partes altas y accesibles, se han desarrollado proyectos de reforestación, mediante la siembra del Pino, planta que agudiza las restricciones del territorio para otro tipo de uso que se le pudiera dar.
En diferentes pueblos y culturas se ha comprobado que los conocimientos de actividades agrícolas han sido necesarios para llevar una producción útil de sus productos, es por eso, que no existen pueblos ignorantes, sino que sus conocimientos siempre serán válidos a la hora de aplicarse en el campo, ya que estos mantienen más experiencias del funcionamiento de la naturaleza (Reasco, 2000).
En cada sector existen diferentes conocimientos tradicionales y percepciones únicas en la cultura; con el paso de los años y la experiencia esta sabiduria, se va perfeccionando mediante la práctica diaria en cada una de las actividades específicas que ellos realizan. (Rodríguez et al., 2017).
Uno de estos conocimientos y saberes ancestrales que antiguamente los campesinos mantenían era la forma para escoger de una manera adecuada ciertas cantidades de semillas para la siembra, tomando en cuenta varios factores ambientales como el clima, tolerancia a los agentes patógenos e insectos predadores, así como el comportamiento de cada una de las especies, es decir esta variedad de semillas conserva una gama de diversidad genética.
La diversidad de saberes ancestrales y su problemática actual, plantean lineamientos generales para la recuperación de los saberes y prácticas de producción agrícola y pecuaria, con algunos elementos claves que potencien un desarrollo integral de la comunidad, participando así de la defensa y protección, no solo de estos conocimientos sino también de su patrimonio natural y cultural (Hidrovo, 2015).
Conocer los sistemas de manejo de las actividades agropecuarias y los saberes y conocimientos que mantienen los productores en sus formas de producción como parte de la sabiduría ancestral y local de la comunidad, constituye una tarea importante y necesaria, con el propósito de contrastar estos saberes con el conocimiento científico y sirva como referencia para optimizar los sistemas agro productivos del sector y sea herramienta clave para su manejo.
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